En Diciembre de 1964, Ernesto Che Guevara desafío en su territorio al
impero mas poderoso de la historia con las armas de la verdad, las ideas y la
dignidad; ante jefes de estado, dignatarios de todo el mundo, y con su uniforme
de Comandante Guerrillero, analiza detalladamente la situación internacional,
denunciando el colonialismo e imperialismo, proyectando un futuro esperanzador
y de liberación, auque lleno de
sacrificios y luchas por los pueblo oprimidos, acá les dejamos parte de este
discurso…
No hay enemigo pequeño ni fuerza desdeñable, porque ya no hay pueblos
aislados. Como establece la Segunda Declaración de La Habana: «Ningún pueblo de
América Latina es débil, porque forma parte de una familia de doscientos
millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos
sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino y
cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo.
Esta epopeya que tenemos delante la van a escribir las masas hambrientas de
indios, de campesinos sin tierra, de obreros explotados; la van a escribir las
masas progresistas, los intelectuales honestos y brillantes que tanto abundan
en nuestras sufridas tierras de América Latina. Lucha en masas y de ideas,
epopeya que llevarán adelante nuestros pueblos maltratados y despreciados por
el imperialismo, nuestros pueblos desconocidos hasta hoy, que ya empiezan a
quitarle el sueño. Nos consideraban rebaño impotente y sumiso y ya se empieza a
asustar de ese rebaño, rebaño gigante de doscientos millones de
latinoamericanos en los que advierten ya sus sepultureros el capital
monopolista yanqui.
La hora de su reivindicación, la hora que ella misma se ha elegido, la
vienen señalando con precisión también de un extremo a otro del Continente.
Ahora esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta
en todo el Continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la
que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a
escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir, porque ahora los campos
y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y
sus selvas, entre la soledad o el tráfico de las ciudades, en las costas de los
grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de corazones
con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus
derechos casi quinientos años burlados por unos y por otros. Ahora sí la
historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y
vilipendiados, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre,
su historia. Ya se los ve por los caminos un día y otro, a pie, en marchas sin
término de cientos de kilómetros, para llegar hasta los «olimpos» gobernantes a
recabar sus derechos. Ya se les ve, armados de piedras, de palos, de machetes,
en un lado y otro, cada día, ocupando las tierras, afincando sus garfios en las
tierras que les pertenecen y defendiéndolas con sus vidas; se les ve, llevando
sus cartelones, sus banderas, sus consignas; haciéndolas correr en el viento,
por entre las montañas o a lo largo de los llanos. Y esa ola de estremecido
rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado, que se empieza a levantar
por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá
creciendo cada día que pase. Porque esa ola la forman los más, los mayoritarios
en todos los aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los
valores, hacen andar las ruedas de la historia y que ahora despiertan del largo
sueño embrutecedor a que los sometieron.
Porque esta gran humanidad ha dicho «¡Basta!» y ha echado a andar. Y su
marcha, de gigantes, ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera
independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente. Ahora, en
todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón,
morirán por su única, verdadera e irrenunciable independencia.»